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Sinergias académicas entre la UE y América Latina

UE-Mercosur: interregionalismo en clave de supervivencia estratégica

✍️ María Victoria Álvarez

Cuando hablamos de las relaciones entre el Mercosur y la Unión Europea (UE), nos referimos a uno de los experimentos más duraderos de interregionalismo entre dos bloques regionales bastante distintos en su naturaleza, estructura y ambiciones. Desde principios de los años noventa, el Mercosur y la UE han trabajado para construir una asociación estratégica basada en tres pilares clave: la liberalización del comercio, el diálogo político y la cooperación. El camino ha estado lejos de ser sencillo. La relación ha sido moldeada —y a veces tensada— por persistentes asimetrías de poder y desarrollo, políticas comerciales divergentes, cambios políticos dentro de ambos bloques y la influencia de actores externos como China o Estados Unidos.


Aun así, a pesar de todos los obstáculos, este diálogo interregional ha dado lugar a algunos logros notables —desde diálogos políticos institucionalizados y programas de cooperación hasta la tan esperada conclusión del capítulo comercial del Acuerdo de Asociación UE-Mercosur en junio de 2019 y la obtención de una versión renovada en diciembre de 2024.


El interregionalismo no es neutral, sino que está atravesado por luchas de poder, competencia estratégica, conflictos de intereses económicos y diferencias ideológicas. Elementos de algunos enfoques mainstream de las relaciones internacionales –neorrealismo, institucionalismo neoliberal y constructivismo moderado– pueden combinarse para ofrecer una visión más amplia de los vínculos interregionales. Por supuesto, no se trata de los únicos marcos analíticos posibles, pero sí de herramientas útiles para capturar distintas dimensiones de esta relación.


En el centro del análisis hay una idea sencilla: a pesar de los altibajos, los intereses materiales —especialmente en torno al comercio— siguen siendo el núcleo de la relación entre el Mercosur y la UE. Mientras tanto, el objetivo más ambicioso de construir una identidad compartida y valores comunes parece haber perdido impulso con el tiempo. Pero en un mundo marcado por crecientes tensiones geopolíticas y geoeconómicas, la función estratégica de esta asociación —que permite a ambas partes navegar y equilibrar el poder de actores externos— podría volverse cada vez más relevante.


Una mirada neorrealista

Desde una perspectiva neorrealista, esta asociación no se trata tanto de valores compartidos, sino de posicionamiento estratégico. A medida que cambian las dinámicas del poder global, ambas regiones están recalibrando sus roles, no en función de ideales o valores, sino a partir de cálculos duros sobre influencia y capacidad de maniobra.

Entra en escena China: una potencia revisionista e iliberal que desafía abiertamente las reglas del orden internacional que Europa contribuyó a construir. Y también lo hace Estados Unidos. En los años noventa, el principal rival de la UE en América Latina era un amigo: otra potencia liberal que jugaba bajo las mismas reglas en el orden internacional. Pero bajo las presidencias de Donald Trump adoptó una postura proteccionista y nacionalista, desencadenando una guerra comercial a base de aranceles que sacude la economía mundial. A esto se suman la guerra en Ucrania, las tensiones en Medio Oriente y la reconfiguración de las rutas del comercio global. Estas no son simples turbulencias externas: están transformando las opciones estratégicas a ambos lados del Atlántico.

Hoy, Europa y América Latina –y Mercosur en particular– se encuentran atrapadas entre múltiples agencias que presionan en direcciones muy distintas. En este contexto, los grandes ideales de identidad compartida pueden estar perdiendo fuerza, pero la necesidad de alianzas estratégicas inteligentes nunca ha sido tan urgente.


Perspectivas del institucionalismo neoliberal

El futuro del interregionalismo entre la UE y el Mercosur dependerá en gran medida de cuán dispuestas estén ambas partes a profundizar la cooperación basada en reglas. En el centro de esta lógica se encuentra la tan esperada ratificación e implementación del acuerdo birregional. La idea es simple: instituciones más sólidas y reglas más claras podrían ayudar a ambas regiones a enfrentar desafíos comunes —especialmente aquellos prioritarios en la agenda de la UE, como el cambio climático, la transformación digital y la transición verde—, al tiempo que impulsan a los países del Mercosur a alinearse con normas y estándares internacionales.


Ahora bien, establecer vínculos más estrechos con otras potencias, como China, no necesariamente le ofrece al Mercosur una alternativa radicalmente distinta. En muchos sentidos, esa relación sigue replicando la vieja lógica centro-periferia, con una China –al igual que la UE– ávida de acceder a recursos naturales: una forma de neoextractivismo con ropaje renovado.


Claro que existe un potencial real para que ambas regiones se unan y promuevan reglas comunes en el escenario global. Pero convertir ese potencial en realidad no es tarea fácil. El impulso normativo de la UE suele generar resistencias en el Mercosur, donde los países priorizan defender su autonomía y sus intereses nacionales. Y, por supuesto, los viejos puntos conflictivos —como las exigencias ambientales y el comercio agrícola— siguen siendo tan espinosos como siempre.


Enfoque constructivista

Las relaciones interregionales no implican solo acuerdos comerciales o cumbres diplomáticas, sino que también cumplen una función simbólica poderosa. Desde una perspectiva constructivista, la construcción de identidades y valores compartidos —como la democracia, los derechos humanos y el desarrollo sostenible— ha sido el pegamento que mantiene unidas asociaciones como la de la UE y el Mercosur. Pero cuando esas ideas compartidas comienzan a resquebrajarse o a estar bajo presión, las tensiones inevitablemente salen a la luz. Y eso es precisamente lo que parece estar ocurriendo en el marco UE-Mercosur desde hace un tiempo.

Es cierto que, en el pasado, un conjunto común de valores ayudó a sostener la relación. Pero últimamente, ese fundamento ideacional se muestra cada vez más frágil. Como muestra recordemos que el pilar del diálogo político del Acuerdo de Asociación —destinado a cimentar principios compartidos y cuya conclusión fue anunciada en 2020— sigue sin publicarse. A medida que los ideales compartidos pierden parte de su capacidad de cohesión, pese a la fuerte retórica contraria, lo que gana protagonismo son las preocupaciones materiales y la inevitable dinámica de prioridades divergentes.

Sin embargo, más allá de las posiciones oficiales de los Estados, la opinión pública en América Latina sigue mostrando un fuerte apego a los valores liberales occidentales y a Europa misma. Muchos ciudadanos de la región continúan viendo a la UE como un actor global en la defensa de los derechos humanos, la promoción de la paz y el fortalecimiento de la democracia. Este poder blando persistente es algo que Bruselas no debería subestimar, ya que sigue siendo uno de los activos más valiosos de la UE en la región.


Reflexiones finales

En los últimos tiempos, tanto la UE como el Mercosur han enfrentado dificultades para adaptarse a las dinámicas cambiantes de la gobernanza global. Este proceso ha generado tanto momentos de convergencia y mayor acercamiento, como episodios de divergencia que ampliaron la distancia. No obstante, el interregionalismo ha perdurado, en parte porque los costos de oportunidad de mantener este vínculo son relativamente bajos, y porque ninguno de los dos actores ha mostrado gran disposición a asumir los costos de gobernanza asociados a formas más profundas e institucionalizadas de cooperación interregional. Hasta ahora, el interregionalismo UE-Mercosur ha funcionado principalmente como un instrumento flexible de equilibrio, especialmente considerando que el Acuerdo de Asociación aún no ha sido ratificado.

A pesar de desafíos y limitaciones, la asociación UE-Mercosur sigue teniendo relevancia. Su papel creciente en la gestión de presiones externas y en la navegación de los cambios en el equilibrio de poder global demuestra que el interregionalismo dista de ser un emprendimiento ingenuo. Por el contrario, en un orden internacional cada vez más fragmentado y disputado, la relevancia estratégica de la asociación birregional probablemente crecerá, no a pesar de este giro, sino precisamente por él. La vinculación UE-Mercosur —por más discutida o imperfecta que sea— continúa siendo un espacio clave para la acción estratégica y la cooperación, y una herramienta valiosa para equilibrar y contrarrestar fuerzas externas.


Esta entrada de blog desarrolla los argumentos presentados en el artículo: Álvarez, M.V. (2024). Exploring Mercosur-EU interregionalism: A multifaceted analysis of its past, present and future functions and dynamics. Contemporary European Politics, 2(2), junio, e12. https://doi.org/10.1002/cep4.12 


María Victoria Álvarez es Doctora en Relaciones Internacionales (Universidad Nacional de Rosario, UNR), Magíster en Integración y Cooperación Internacional (UNR y Katholieke Universiteit Leuven), y posee un posgrado en Derecho de la Unión Europea y Estudios Económicos Europeos (París I Panthéon – Sorbonne). Es Profesora Asociada e Investigadora en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR, Cátedra Jean Monnet en la UNR, profesora invitada en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación de Argentina y Directora del Grupo de Estudios sobre la Unión Europea (UNR). Ha sido investigadora visitante en el Jean Monnet EU Centre of Excellence – University of Pittsburgh, Sciences Po – París, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad de Zúrich y Universidade Federal do Paraná. Sus líneas de investigación se centran en la política y las instituciones de la Unión Europea; el regionalismo latinoamericano, el regionalismo comparado y las relaciones entre la UE y América Latina, y entre la UE y el Mercosur.

Las opiniones expresadas en este blog son únicamente del autor y no reflejan los puntos de vista de la Red EULAS.




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